Recuerdo Eucaristico De Juan Pablo El Grande

por Padre John McCloskey

Llegué a Roma el 1 de octubre de 1978 justo a tiempo para la vela de Juan Pablo I que tuvo lugar en San Pedro. Fuí testigo de la elección de JUAN PABLO II y una semana más tarde, de su instalación como Sumo Pontífice. Desde entonces, tanto en mi preparacion para las órdenes sagradas como en mi sacerdocio propiamente dicho, he permanecido unido inextricablemente día a día y año con año a su persona pontificia y a sus enseñanzas. El, junto con San Josemaría Escrivá y el Venerable John Henry Newman, ha constituído el modelo para mi trabajo pastoral, sacerdotal y de apostolado durante los últimos 27 años.

El punto central de su pontificado ha sido su deseo de proclamar a Cristo principalmente a través del prisma del evento eclediástico más grande de su tiempo: el Concilio Vaticano II en el cual fue uno de los Padres. A través de su persona y de su magisterio, nos ha dado la interpretación correcta de esas enseñanzas y ha marcado la agenda futura de la Iglesia para muchas décadas. El fundamento de su magisterio es que todos estamos llamados a la santidad en medio del mundo y eso se logra sobre todo por medio de la vida contemplativa de gracia que se alcanza a través de los sacramentos y de la oración que nos llevan a la imitación de Cristo en su "sincero don de Sí Mismo" a los demás.

Tuve la oportunidad de concelebrar la Sana Misa con el Papa y otros sacerdotes en Roma en 1992, en París en los días dedicados a la juventud mundial y en el Estadio Giant en New Jersey en 1995 bajo un aguacero torrencial. En enero de 2002 con un grupo de sacerdotes concelebramos en su capilla privada a unos pocos pasos detrás de él, observando la intensidad de su oración antes de la Santa Misa., escuchando sus gemidos, lleno del Espíritu Santo, y la renovación agonizante, lenta y dolorosa del Santo Sacrificio de la Misa por un hombre quebrantado por el dolor y el agotamiento ante la carga del mundo entero sobre sus hombros doblegados. Allí fue que conocí la grandeza única e histórica de JUAN PABLO II, aprendí de donde sacaba su fuerza, su identificación con Cristo en la cruz y cómo en su vida, la Misa y la Eucaristía eran su centro mismo. De aquí provenía su efectividad y su grandeza. Cuando salimos nos entregó un rosario a cada uno porque cuando y dondequiera que esté Cristo o el Papa o nostros mismos en la Cruz, María está siempre a nuestro lado para reconfortarnos.