Como Fue Que Los Irlandeses Salvaron La Civilizacion

Critica Literaria por el Padre John McCloskey

Antes que nada quiero felicitar a Thomas Cahill por la destreza que tuvo para ingeniárselas en identificar la "civilización" del título de su libro con Roma y Europa medieval, sin especificar que se trata de una civilización "occidental" y aún así lograr que su libro estuviera por muchas semanas en la lista de los más vendidos, sin que los multiculturalistas hayan puesto el grito en el cielo, y más bien haya recibido grandes elogios de los periodistas seglares. Esta proeza se equipara con la escena de la "expulsión de los homosexuales" en la película "Braveheart", que no le impidió ganar el premio de Mejor Película de la Academia. Estas podrían ser señales de que en las artes, la marea va cediendo poco a poco, al menos hacia una semi normalidad.

Cahill relata con mucho ingenio la bella historia bien conocida para los estudiosos de Occidente y de Historia de la Iglesia, de cómo la evangelización de Irlanda por San Patricio y la fundación del monasticismo irlandés, llevaron tanto a la preservación del pensamiento antiguo a lo largo de los inicios del Medioevo como a la subsecuente reevangelización de las antiguas colonias del Imperio Romano y las tribus bárbaras que las habían conquistado. Es la historia de los santos, comenzando con Patricio y continuando con sus hijos e hijas espirituales como Columcille, Columbanus, Brígida y Aidan y Bonifacio. Deberíamos de aprender de esa lección al intentar construir nuestra nueva y propia civilización del amor. No se va a dar por medio de instituciones dedicadas al pensamiento, o expertos en política, o la nominación de magistrados de las Cortes Supremas de Justicia que sean estrictos construccionistas. Y se llevará tiempo, quizás siglos.

Cahill delinea magistralmente el carácter de los celtas a través del tiempo y muestra, mediante su arte y poesía, la continuidad en el prototipo que persiste aún en los irlandeses contemporáneos. Donde se equivoca totalmente es en su descripción aguda pero inexacta, de un conflicto eclesiástico entre Roma e Irlanda, manifestado en las personalidades en conflicto, y sobre todo en las teologías de San Agustín de Hipona y San Patricio. El lector católico fiel se quedará aún más intrigado por la aseveración que contiene el libro sobre la existencia de diaconesas, y aun, de mujeres obispos y la práctica de la confesión personal de laico a laico sin la intervención del sacerdote, y la exaltación de una cruda concupiscencia pagana, reprimida por los monjes irlandeses, pero que en la Irlanda "moderna" está retornando tardíamente. Resumiendo, el punto de vista teológico de Cahill parece tener más en común con Tyrrell, el modernista irlandés de principios del siglo veinte, que con cualquier santo irlandés antiguo o moderno. Pensándolo bien, quizás esa es en parte la razón porqué el libro recibió una crítica tan favorable. Léanlo y vean que les parece.